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Diarios de médicos ante covid-19: Héroes de bata blanca

Cinco sanitarios que se han enfrentado en primera línea a la covid-19 cuentan cómo ha sido trabajar durante la pandemia en Nicaragua

En seis meses de pandemia, los médicos nicaragüenses son quienes han estado en primera línea de defensa contra la covid-19. 108 han fallecido. Juan García | Confidencial

Confidencial Digital

6 de octubre 2020

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El rastro del nuevo coronavirus parece casi imperceptible en el país. Al menos en quienes persisten o han vuelto a la “normalidad” o en quienes no han perdido a algún ser querido. Sin embargo, para quienes en los meses de mayor impacto de la pandemia soportaron jornadas extenuantes dentro de los hospitales y lucharon —a veces sin éxito— por mantener vivos a quienes desarrollaron la enfermedad de forma grave, los recuerdos siguen frescos y son igual de dolorosos y amargos que en mayo o junio.

“Es algo que te cambia completamente y no solo a los médicos, sino a todo el personal de Salud”, afirma uno de los sanitarios.


CONFIDENCIAL conversó con cinco médicos que han atendido en las “áreas de covid” para que narren, en primera persona, sus experiencias y sus miedos durante los peores meses de la pandemia. La represión y amenazas de las autoridades del Ministerio de Salud (Minsa), que ya han despedido a más de una docena de médicos, obliga a la mayoría protegerse con un seudónimo.

“Temí que por mi culpa, mi familia se enfermara”

Cuando la pandemia llegó, “Antonio” estaba haciendo su servicio social médico fuera de Managua. Ante la emergencia sanitaria, tuvo que sumarse a los doctores que estaban en la primera línea de combate contra la covid-19

Desde que la covid llegó, mi relación con las personas cambió. A mis amigos ya no los veo; ahora todo es por redes sociales o videollamada. Para regresar a mi casa, en Managua, me inventé todo un protocolo porque mi mayor temor es que, por mi culpa, mi familia se contagie. Así que en la casa me habilitaron un espacio para que en cuanto llegue, me meta a bañar y así no tener contacto con ellos. Ellos me dicen que no es necesario, pero yo sé que no me puedo arriesgar.

Resistir durante estos meses no ha sido fácil. A los trabajadores de la Salud nos han tocado jornadas cansadas y estresantes, que te afectan física y mentalmente. Yo he visto con impotencia a muchos de mis pacientes fallecer. Y eso te golpea porque mueren muy conscientes, mueren solos sin que nadie pueda ayudarlos, a pesar de que están en un hospital rodeados de un equipo médico.

Mi experiencia durante este tiempo ha sido doble, porque me han dividido entre atender en un hospital y en un centro de salud y en cada caso las situaciones son distintas. Al hospital me integro a eso de las siete de la mañana y desde que llego inmediatamente debo quitarme la ropa, bañarme y ponerme el traje que me asignaron para poder entrar a donde están los pacientes. Allí el ambiente es estresante y sofocante. No hay otra forma de describirlo. De hecho, hubo un momento en que la demanda de atención fue tan grande que tuvieron que habilitar un pasillo específico para atender a estos pacientes.

En los centros de salud, es otra historia. Habilitaron un área específica para recibir a los pacientes respiratorios, pero los médicos no usábamos trajes completos. Es más, no nos daban ningún tipo de protección, ni mascarillas ni caretas. Nada. Todo lo teníamos que comprar nosotros. Esto significó un gasto extra que no podíamos cubrir con facilidad.

En los centros, más de una vez, también me tocó dar consultas de forma “privada” a personas afines al Gobierno. El director nos mandaba a las casas para que fuéramos a valorarlos y ver si ameritaban tratamiento o si mejor los trasladaban al hospital. Nos mandaban hasta con hojas de referencia selladas para no regresar al centro. Hubo casos de pacientes con saturaciones muy bajas que se negaban a ser trasladados. También conocí casos de gente que era tratada por médicos veteranos, pero que no sabían que tenían covid porque todo lo manejaban como neumonía, pero uno lo sabía por las medicinas y las radiografías.

Durante esta época de pandemia mi vida ha dado un giro completo. He tenido que acostumbrarme a todos estos cambios. A estar lejos de quienes amo. Al acné que provoca el sudor de pasar todo el día con la mascarilla puesta y también me ha tocado aprender a lidiar hasta con la desesperación de la gente que piensa que tiene covid y en verdad no lo tiene.

“Uno siente tanto dolor que termina llorando”

La doctora “Mónica” tiene más de 15 años de experiencia como internista. Durante los meses de mayor impacto de la pandemia trabajó en un hospital público y ahora lo hace desde una institución privada

La primera vez que entré al área covid sentí miedo. Me sentía insegura y con incertidumbre, pero cuando estás allí y ves a los pacientes solos, sentís que esa persona necesita escuchar palabras que lo hagan sentir mejor, que le den ánimos y eso hace que el miedo a adquirir la infección se vaya.

Al inicio las jornadas eran bastante cansadas. En el área de hospitalización había días en que ingresaban hasta 50 personas. La mayoría llegaban en condiciones bastante complicadas, con infecciones de moderadas a severas. La otra parte de pacientes eran casos leves y a ellos los atendían en las áreas destinadas a respiratorio. Nosotros no teníamos equipos de protección personal, tuvimos que comprarlos nosotros mismos.

Hasta ahora trabajar usando ese equipo de protección (mascarillas, caretas, guantes) es todavía uno de los desafíos más grandes; llega un momento en que no podés respirar bien y esa falta de oxígeno hace que te dé dolor de cabeza la mayor parte del tiempo. Varios compañeros no han aguantado y por quitarse el equipo es que se han enfermado.

Nos toca atender dentro de las áreas covid cada cuatro días. Allí el protocolo es más cansado, tenemos que bañarnos todas las veces que entramos y salimos, unas cuatro o cinco, además que el uso del overol, la careta, los guantes y todas las herramientas es obligatorio. Casi ni podés respirar. Pero lo más doloroso es sentirte impotente al ver a los pacientes y no poder darles una garantía de vida, porque simplemente no sabés a lo que te enfrentas.

Hubo un momento en que vi tantos pacientes que se morían y yo no podía ayudarles. Esto te causa depresión, te causa tristeza. Uno siente tanto dolor que termina llorando cuando sale de esas áreas. Y a esto se le suma que al llegar a casa ya nada es igual.

La mayor parte de mi tiempo libre estoy aislada en mi cuarto, porque sé que en cualquier momento me puedo contagiar y es mejor evitarlo. Y es duro sobre todo cuando hay niños en tu casa, porque ellos no comprenden el por qué te apartas, y eso causa tristeza, desesperación en cierto momento.

Y es difícil, porque ya no tenés tu vida de antes, cuando no había virus. Ya no hay abrazos con tu familia. Todo eso cambia. Y es estresante, porque vos quisieras hacer lo que hacías antes, pero no se puede porque uno tiene que pensar en protegerse, en proteger a la familia y a los mismos compañeros de trabajo. Y sé que es un sentimiento que estamos viviendo todos en el mundo.

“La radiología nos ayudó a identificar los casos”

La doctora “Beatriz” es radióloga. Su experiencia durante la pandemia no fue trabajando en el área covid de un hospital, pero desde el inicio tuvo contacto con pacientes positivos

Por el acceso limitado a las pruebas de covid-19, la radiografía ha sido una opción para diagnosticar los casos positivos. Los médicos vimos patrones muy característicos de neumonía por covid en las imágenes de tórax y así fue que comenzamos a identificar muchos más contagios de los que el Gobierno reconoció.

El primer caso de covid-19 que diagnostiqué ocurrió en la segunda semana de abril. Era un paciente que tenía los síntomas iniciales del virus: tos seca y fiebre. Y aunque ambos pensábamos que se trataba del nuevo coronavirus, en la primera radiografía todo salió normal.
A la siguiente semana, el paciente volvió para repetir el estudio y al examinarlo, los cambios ya eran significativos, pues en las imágenes se le veían múltiples opacidades, clásicas en las neumonías por covid. Desde entonces, los diagnósticos comenzaron a crecer tanto, que hubo un momento en que yo perdí la cuenta de a cuántos diagnosticaba por día.

Recuerdo que después de confirmar ese primer caso el miedo me inundó. Comencé a repasar los momentos en que estuve en contacto con el paciente. Me preguntaba: ¿habré fallado con algún protocolo? ¿Él llevaba puesta mascarilla? Y fue tanta mi preocupación, que decidí aislarme durante 20 días.

Desde entonces, en mi casa y en mi trabajo, implementé todo un protocolo para estar lo más protegida que pueda. Sin embargo, debo confesar que es un poco agotador, todo el tiempo que tenés que usar el equipo de protección personal. En mi caso me lo pongo desde que llegó al trabajo como a las 8:00 de la mañana y me lo quito hasta el mediodía. Durante todo ese tiempo ni siquiera puedo tomar agua, porque eso significa quitármelo todo. Ha sido un proceso de adaptación.

El miedo de volverse paciente

Desde el inicio de la pandemia, el doctor “Ernesto” ha trabajado en uno de los 19 hospitales destinados para atender a pacientes con covid. En la escritura encontró la manera de canalizar su experiencia. Retomamos uno de sus textos

La sensación del posturno, después de 28 horas con el traje, se confunde hasta con la muerte misma. La sensación de calor que siente el joven residente de primer año, en su cuarto de alquiler a más de 130 kilómetros de su familia, es intensa. El cuerpo entero le suda y ni los tres baños que ha tomado han podido sofocar aquella sensación. Su cara aún tiene las marcas de la mascarilla y sus ojeras no tienen límites.

Por su cabeza figuran las acciones que en su último turno pudieron exponerlo al contagio. ¿Habrá sido la gota de sudor de su frente que se limpió con el dorso del guante sin darse cuenta? ¿O aquella gota que se deslizó por toda su cara hasta perderse en la comisura de sus labios, cuya sed la confundió con agua inconscientemente? ¿O simplemente el momento en el que intubó al paciente grave de emergencia? Todo es posible. El sueño no tiene lugar en una cabeza preocupada y ahí acostado, el techo falso le revela su vida entera como una película en blanco y negro.

El tono de mensaje de su celular le avisa que su familia pregunta por él, pero su conciencia le hace responder un ‘Estoy bien’. El tiempo pasa, la sensación se vuelve objetiva, su mirada en el saturómetro de su dedo le hace ver que no está bien, ya son cuatro los puntos que baja su saturación y el calor ya no es subjetivo, pues el termómetro, con el peor de los sonidos posibles, le muestra un claro 38.7 grados centígrados.

Todo pasa por su cabeza en este instante. Si en verdad estará fuerte para sobrevivir o si le tocará feo como el otro joven que atendió anteayer o si el único tiempo de comida en sus turnos le generaron defensas suficientes, o si vivirá para contarlo o será del pequeño grupo de víctima mortal.

Es una encrucijada y tiene muy claro que si de esta sale, será mejor padre, esposo, hijo, hermano, y no porque tenga que mejorar, sino porque el tiempo no lo ha dedicado. Y si fallece, mantiene la esperanza de ser recordado como alguien útil. La vida se empieza a valorar cuando limitás con la amenaza de la muerte, el pasado irrevocable y el futuro de un sueño incierto.

“La pandemia no piensa, no siempre se lleva a los que pueden irse y tampoco siempre deja a los que pueden quedarse”, escribe.

“Todos los sanitarios estamos expuestos”

El doctor Fernando Rojas es médico anestesiólogo con casi treinta años de experiencia. Trabajó en el Hospital Bertha Calderón y fue despedido en junio por cuestionar la gestión del Minsa ante la pandemia

En el hospital yo me dedicaba a valorar pacientes en el área de Consulta Externa. Trabajaba unas cuatro horas al día, pero debo aclarar que no estuve en el área covid. Sin embargo, eso no significa que no estuviera expuesto. Todos los trabajadores de la Salud lo estamos. Con decir que, si entre mayo y junio, el Ministerio de Salud nos dio cuatro mascarillas eso fue mucho.

Recuerdo que cuando se infectó el doctor Juan Arnoldo Tijerino, el primer médico contagiado, estuvo internado en la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital y cuando lo trasladaron al Hospital Alemán Nicaragüense, llegaron varias personas del personal de limpieza a desinfectar el área, y yo le grité a un conocido: “Pedí tus medios de protección, cuídate”. Eso fue motivo para que me llamaran a la Dirección y me dieran una amonestación verbal. Hasta que finalmente me despidieron.

Yo siempre pedí que me facilitaran equipos de protección y lo único que me daban era jabón líquido. Fue hasta finales de mayo que hubo una reorganización y comenzaron a usar la Sala de Emergencia como área covid y comenzaron a ponernos papel, jabón y alcohol gel en los consultorios.

Durante esos meses, lo que a mí más me preocupaba —además de contagiarme e infectar a mi familia—, era ver como a los pacientes oncológicos los obligaban a llegar al hospital. Les decían que si no llegaban perderían su cupo y muchos de ellos tenían que viajar en transporte público desde otros departamentos del país, completamente expuestos. Era duro.

Si algo bueno puedo decir de todo, es que mi vida definitivamente cambió, en el sentido de amar y valorar más la vida y ver que todos somos vulnerables. Es una experiencia nueva que no sabemos cuánto va a durar, pero que tenemos que aprender a convivir y seguir protegiéndonos.
En mi caso dejé de visitar a mis amistades. Solo salgo cuando es necesario. He tenido que acostumbrarme a usar las medidas de protección, que la mayoría de veces es incómodo. Debe ser así porque es por el bienestar de todos. En mi caso, veo pacientes que serán intervenidos quirúrgicamente, pacientes vulnerables como los oncológicos.

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