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Narraciones kafkianas

Los relatos de Kafka tienen lo sorprendente de lo inesperado, las ideas y hechos se van hilvanando en la crudeza de la simplicidad

Alexandre L. Paixão | Flickr.com | Creative Commons

Francisco Bautista Lara

23 de febrero 2016

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Los sistemas sociales, educativos, religiosos, culturales, penales e institucionales tienen la “desafortunada obligación” de someter y homogenizar a los individuos que nacen o conviven en un determinado grupo social, el individuo distinto, el que no logra modificarse, y quizás anularse, para ser o parecerse al resto, como la mayoría “normal”, no se admite, es en general rechazado y excluido, es lo que el escritor brasileño Joaquín Machado de Assis llamó locura en el bien logrado relato El alienista, el loco, concluye, es el distinto.

Rubén Darío no cabía en el sistema educativo, literario y social de León, ni de Nicaragua de fines del siglo XIX, no soportaba permanecer en el aula de clase mucho tiempo. No concluyó el bachillerado ni cursó la universidad, no tuvo cabida en las academias, “de las academias, líbrame señor”, ni en la Real Academia de la Lengua, ni en la Academia Sueca, fue un rebelde de su tiempo, por eso fue capaz de innovar y crear, por eso se ahogó en esa exclusión, “no fue consagrado por ninguna de ellas”, y a pesar de eso, trascendió, sufriendo en su vida, en su cuerpo y en su sensible fragilidad humana, las consecuencias.


Franz Kafka, el autor checo que escribió en alemán, que al nacer en Praga (hoy capital de la República Checa) en 1883, fue de nacionalidad austrohúngaro y al morir en Austria en 1924, por el cambio geopolítico en Europa después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) que afectó (al igual que la Segunda Guerra Mundial y los sucesos del siglo XX) a millones de europeos, fue checoslovaco, pone en evidencia en su obra, en sus cuentos y novelas, las tragedias del comportamiento, la melancolía, los absurdos y la degradación humana.

Su novela más conocida, Metamorfosis, publicada en lengua alemana en 1915 en plena conflagración Europea cumplió un siglo, tiempo memorable para confirmar que ese texto, en donde Gregorio Samsa pasa por una rara transformación hasta convertirse en un escarabajo, se ha confirmado como un clásico, cien años no pudieron condenarlo al olvido, seguimos refiriéndonos al autor, y particularmente a dicha narración que también traspasó las barreras idiomáticas para llegar a los hispanohablantes. El personaje, ahogándose en su naturaleza humana, sin soportar su naturaleza, se vuelve un insecto que se arrastra…

Los relatos de Kafka tienen lo sorprendente de lo inesperado, las ideas y hechos se van hilvanando en la crudeza de la simplicidad, expresando con racional brevedad y profunda crueldad a veces, cuestiones que nos llevan a interrogarnos sobre los propósitos conscientes e inconscientes de los individuos a partir de los personajes que son adsorbidos por las circunstancias y los condicionamientos que no son externas, aunque allí se reflejen, sino internas, en donde realmente se traman y engendran, más allá de lo que comprendamos, fuera de los límites, en donde solo la imaginación es capaz de llegar.

Lo kafkiano, palabra derivada del sentido narrativo del autor, acuña el significado de lo “absurdamente complicado y extraño”, es un adjetivo calificativo que describe ese estilo mágico, surrealista, mezclado entre lo fantástico y lo real, con algo de suspenso, narrativa que de manera magistral entra en el trasfondo sicológico; es un concepto que traspasó lo filosófico y complejo del sentido original para convertirse en adjetivo del lenguaje cotidiano, consecuencia del original pensamiento del escritor que se ha popularizado.

También fue un loco, por ser distinto, el caballero de La Mancha, que ha popularizado su nombre como adjetivo: “quijotesco”, asumido en el lenguaje para referirse al iluso y generoso, al que hace castillos en el aire por ayudar y servir, para entregarse a causas perdidas, imposibles o difíciles, al individuo o al acto generoso ante la adversidad… Don Quijote es distinto, y mientras fue loco, fue así, al volver la cordura dejó de ser, y volvió a convertirse en lo que era, uno más entre los otros.

Mientras lo “kafkiano” es lo absurdo y trágico, referido principalmente a circunstancias, -aunque también relativo al individuo-; lo “quijoquesco” es relativo mayormente al sujeto, -aunque también a las circunstancias-, es el loco e iluso que va contra la corriente por causas nobles y quizás perdidas.

Las narraciones de Kafka tienen el particular toque del autor. En Informe para una academia un individuo presenta a la Academia, esa entidad que “consagra” o certifica lo que se es o no, “un informe sobre mi simiesca vida anterior… pues cerca de cinco años me separan ya de la simiedad”. Un simio que se vuelve humano, que lo primero que aprendió es a “estrechar la mano en señal de convenio solemne”, dejó de ser mono en busca de una salida, aunque la salida fuese tan solo un engaño. Lo que lo hizo entrar de un salto en la comunidad de los hombres fue cuando descorchó una botella de caña, la empinó como un bebedor empedernido y arrojó la botella como un artista, sin frotarse la barriga como un simio.

Un artista del hambre relata el oficio de los “ayunadores”, hombres que no comían y eran observados en las plazas y en las ferias por la multitud que pasaba, pero que últimamente el interés por ellos ha disminuido. “Durante el tiempo del ayuno, en ninguna circunstancias, ni aun a la fuerza, tomaría la más mínima porción de alimentos; el honor de su profesión se lo prohibía… estaba siempre dispuesto a pasar toda la noche en vela… estaba dispuesto a bromear con ellos, a contarles historias de su vida vagabunda y a oír, en cambio, las suyas, sólo para mantenerse despierto, para poder mostrarles de nuevo que no tenía en la jaula nada comestible y que soportaba el hambre como no podría hacerlo ninguno”.

Uno de los más crudos relatos es La colonia penitenciaria (octubre de 1914). Un hombre es condenado sin saber por qué, es sujetado a una máquina especial, compleja y cuidadosamente diseñada que grabará en su cuerpo una inscripción que releva en una frase el hecho por el cual merece la pena, entonces, muere desangrado. El principio fundamental es: “la culpa es siempre indudable”. El dedicado e implacable operador de la máquina, que lo hace con devoción imparcial y ciega, dice que “su fin no es provocar directamente la muerte, sino después de un lapso de doce horas, término medio; se calcula que el momento crítico tiene lugar a la sexta hora”, es entonces cuando la sentencia se ha cumplido, “sería innecesario explicarle la pena, ya la sentirá en su propio cuerpo”.

El sistema, o los sistemas, se imponen y doblegan, someten aunque no lo sepas, aunque seas inconsciente de ello. Te doblegas o pereces…

www.franciscobautista.com

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Francisco Bautista Lara

Francisco Bautista Lara

El autor es escritor, académico y consultor nicaragüense, especialista en seguridad ciudadana y policía. Economista, master en Administración y Dirección de Empresas.

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