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Cese la represión y la perversidad

La perversidad impune de este régimen se ensaña contra los campesinos, contra el propio corazón de unos ideales que ellos han manchado de sangre

Al campesino Pedro José Guzmán le dispararon en La Lechera. Confidencial | Cortesía.

1 de diciembre 2016

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Creo que la perversidad más evidente empezó en las rotondas, con la manipulación pseudocristiana de aquellas gentes dispuestas a rezar mientras otros marchaban para defender la libertad de expresión. Rezando, encubrían a los motorizados y otros grupos de delincuentes que el régimen utilizó para golpear a los manifestantes.

La perversidad continuó contra los adultos mayores y los jóvenes que los apoyaron. Se hacía más barroca si cabe, con el rostro impertérrito del cardenal Obando dispuesto a bendecir, cuando se lo pedían, los actos de la dinastía Ortega-Murillo. Es una larga tradición de dictadores cobijarse bajo la bendición de algunos obispos y cardenales.


La perversidad es la voz de la vicepresidenta en ese tono condescendiente, paternalista a veces, infantil otras, cuyas referencias a Dios adquieren un tono irritante que sólo busca agigantar su figura omnipresente, y hacer creer que ella nos salva.

La perversidad se agiganta con los asesinatos y crímenes que cometen las fuerzas de seguridad del Estado contra gente inocente. El número de víctimas que conozco va creciendo, y no se les hace justicia, y se les miente prometiéndole cosas que no se les cumple: la familia del crimen de las Jagüitas, la familia de Nacho en Chichigalpa. Los conocen bien, ¿verdad?

La perversidad es utilizar a una sencilla maestra de San Juan del Sur que ayudó a una madre y su hija africanas para dar un mensaje a quienes se atrevan a sentirse más solidarios, cristianos o socialistas que ellos.  Y finalmente, tras acusarla de colaborar en el tráfico de personas, la perversidad de nuevo disfrazada en el perdón magnánimo del comandante que lo puede todo y le concede el indulto.

Y ahora la perversidad impune de este régimen se ensaña contra los campesinos, contra el propio corazón de unos ideales que ellos han manchado de sangre, apropiándose indebidamente, alimentando su egocentrismo tan brutal y enorme como los árboles metálicos o como sus caras envejecidas o infladas en los carteles publicitarios. La misma perversidad que causa la extraña paradoja de vender el territorio a China y decir que es una señal de Dios.

Rosario Murillo saldrá como todos los días, y hablará como en nombre de ese Dios que nos concede el canal de los chinos, o las maquilas de los coreanos; repartirá bendiciones como la abuelita de todos. Pero no hablará ni se apiadará seguramente del campesino tendido con la bala en el abdomen. Tampoco se disculpará por haber tratado de cortarle la lengua a los que tienen otra opinión y quieren expresarla. Y si menciona las represiones contra los campesinos y la oposición, dirá probablemente que se manipula a los pobres. Que Francisca Ramírez, por ejemplo, está comprada.

Ellos “que no manipulan a nadie”. Ellos que hacen desfilar por sus micrófonos y cámaras a “sus pobres” cada vez que son regalados con techos de cinc y títulos escolares y universitarios de mentira: “agradecemos a Dios y a nuestro comandante, y a la compañera”, repetirán como en letanía.

La perversidad es que todo esto: la represión; la manipulación vergonzosa de todos los poderes del Estado; el enriquecimiento oscuro de la familia presidencial; los asesinatos de la policía; la ilegalización como arma de acallar otras opciones políticas; dejar que personas como Byron Jerez, por ejemplo, se presenten de diputado con lo que ello significa; fabricar elecciones sin libertad; la aglutinación de poder único; la desaparición de cualquier institución independiente; el encubrimiento; la mentira por decreto; la necesidad de contar con miles de cómplices que los aplaudan y recen por miedo a perder su empleo; todo esto se hará en nombre de Dios y lo bendecirá el cardenal Obando.

En otros tiempos, un hombre de honor y de Dios se encontró frente a una decisión fundamental: o callarse o enfrentar lo que a todas luces era injusto. Entonces, habló, exigió desde su puesto de pastor que cesara la represión. Al hombre lo mataron y lo hicieron gigante. Su nombre seguirá viviendo en la luz. Mientras que los de Obando, los Ortega-Murillo, si no ceden a un último gesto de honor y de renuncia, me temo que se perderán en la oscuridad.

[email protected]

@sancho_mas


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Fco. Javier SANCHO MAS

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