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La Iglesia católica en el terremoto sociopolítico de Nicaragua

Durante el estallido de abril 2018, la iglesia fue “movilizadora”, “partera” de un movimiento social, y “resiliente”

Durante el estallido de abril 2018

6 de julio 2020

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La Iglesia Católica en Nicaragua, entendida como institución y comunidad de creyentes, desempeñó un papel fundamental, junto a otros actores sociales, en la oleada de protestas de 2018.  Para hacerlo, puso a disposición su legitimidad, intereses, recursos humanos y espirituales, infraestructura y motivaciones para activar y sostener la movilización.

Este comportamiento respondió a una tradición de participación política en coyunturas críticas pasadas, como la revolución sandinista y la transición democrática de los noventa, y recientes, como la gradual consolidación autoritaria.


Este artículo sintetiza los principales hallazgos de una investigación que, gracias a cinco técnicas, identificó tres fases de involucramiento eclesial en las protestas entre abril y septiembre de 2018: iglesia movilizadora, partera del movimiento, e iglesia resiliente.

Movilizada y movilizadora.

Muchos analistas han alegado la existencia de alianzas entre la Iglesia y el gobierno por simpatías en temas puntuales y vinculaciones, muchas veces sobredimensionadas, con el entonces emérito cardenal Obando. Sin embargo, la evidencia muestra posturas críticas desde 2007. El análisis de los 59 documentos de la CEN de 2006 a 2018 expone la creciente preocupación sobre la deteriorada democracia y sus fatales implicaciones para la vida de los nicaragüenses.

A pesar de la gradual reducción de libertades, surgían protestas y organizaciones con demandas sociales, políticas y económicas. En una variedad de esos casos, la participación eclesial fue determinante, aunque tuvo diferentes tonalidades de acuerdo a las espiritualidades, formaciones e intereses de los pastores católicos.

Con este historial, la Iglesia entró a abril de 2018. Indio Maíz y el anuncio de reformas al seguro social, junto la aceleración causada por siete mecanismos de movilización, iniciaron el terremoto sociopolítico. Como era de esperarse, líderes católicos, activaron desde la primera noche sus recursos, legitimidad, e infraestructuras para intervenir en la coyuntura crítica.  Monseñor Báez y el cardenal Brenes llamaron inmediatamente al cese de la violencia. Monseñor Álvarez, por su parte, hizo saber a los nicaragüenses que los obispos acompañarían al pueblo en ese recién inaugurado camino histórico.

A las primeras, le siguieron más de 2,000 protestas que alcanzaron a las nueve diócesis del país. En muchos de esos eventos hay ejemplos de cómo líderes católicos apoyaron y protegieron a manifestantes, mediaron en conflictos, e incluso, convocaron a procesiones que se convirtieron en masivas marchas. En cada una de estas acciones, se mostró la valía y fuerza del compromiso eclesial. Estas expresiones de poder suave serían claves para preparar a la institución en su rol de partera. Una y otra vez, la Iglesia confirmó su involucramiento, ganó legitimidad, y dio motivaciones a las protestas que proliferaban por doquier.

En el trasfondo del involucramiento, estaban motivaciones pastorales. De acuerdo a testimonios recogidos, sacerdotes y religiosas respondieron a la protesta en coherencia con su compromiso con la vida y el país, la doctrina social de la Iglesia, en particular las enseñanzas del Concilio Vaticano II, y las exhortaciones y analogías, como la del hospital de campaña, del Papa Francisco.

Partera de un movimiento.

Por las crecientes protestas, el presidente Ortega propuso el Diálogo Nacional e invitó a la CEN a mediarlo. Esto fue un indicador de cómo los sandinistas seguían percibiendo la neutralidad de la institución.  Los obispos accedieron a la solicitud y pidieron a la sociedad civil que los aceptara en el papel como mediadores y testigos. En ese momento, la Iglesia era la institución más sólida en medio del caos.

Paralelamente a la escalada de demandas populares, el rol eclesial cambió. Si bien continuó movilizada, la Iglesia puso esfuerzos en ayudar a dar a luz, nutrir y proteger un movimiento emergente, al tiempo que conservó su identidad. La selección de participantes del diálogo, bajo sus propios criterios, es un ejemplo manifiesto de esto. La Iglesia comenzó a dar rostros y liderazgos a las protestas, que hasta entonces carecían de estructura. Esto fue decisivo en la gestación del movimiento social nacional bajo severas condiciones autoritarias.

Sin profundizar en detalles, el diálogo, que también era negociación, y a la vez catarsis de opositores, fue en esencia difícil. Además, la ausencia de voluntad política de ambas partes para escuchar las demandas atascó las negociaciones. Asimismo, el doble rol de la Iglesia, aunque coherente con su ethos evangélico, fue también problemático. En su rol de mediadora, actuó como árbitro y estaba invitada a la neutralidad. En su rol de testigo, denunció graves violaciones a derechos humanos, con expresiones críticas.

Así, la violencia hacia la institución aumentó. En Julio, profanaciones a parroquias y ataques directos a obispos y sacerdotes sorprendieron al país. El mensaje era claro: la Iglesia, que hasta entonces era inmune a la represión directa, también era objetivo de ataques.  Había perdió credibilidad entre los sandinistas. En encuestas de opinión, se encuentra que los sandinistas tienden a confiar 28% menos en la Iglesia comparados a opositores. A pesar de todo, recientes estudios confirman que la institución sostiene altos niveles de legitimidad entre la población.

La posterior desvinculación de la CEN en la negociación de 2019 confirmó su rol de partera. Esta abstención, causada por frustración institucional y priorización de necesidades pastorales, ratificó que la Iglesia, aunque apoyaba al movimiento, no era parte de él. La ausencia no significó una renuncia a la incidencia política.

Iglesia resiliente.

Con la represión, la ola terminó en septiembre. La Iglesia, por su parte, adaptó su repertorio. En términos generales, transfirió su lucha al campo simbólico en un proceso que le permitió alentar la movilización y exhortar a la acción. La transformación fue estratégica, considerando la deriva autoritaria generada en la oleada.

La Iglesia desempeñó un papel vital en esta nueva fase de movilización. Como ha sucedido en otros contextos represivos, parroquias se convirtieron en uno de los pocos lugares seguros para protestar. Los párrocos admitieron tales acciones con el mismo espíritu que los llevó a actuar al comienzo: proteger las vidas de manifestantes. Circunstancias similares comenzaron a tener lugar en procesiones, que se convirtieron en protesta.

Con resiliencia, la Iglesia continúa su participación, pero adapta su estrategia frente al autoritarismo. Sigue siendo un actor movilizado y movilizador que facilita sus recursos para los manifestantes. Este papel persiste dos años después e implica costos de represión para la institución, mientras los sandinistas continúen en el poder. Pero también deja beneficios, expresados en el creciente respeto a la institución, a pesar del menguante número de miembros.

Lejos de desmovilizarse, la Iglesia continúa adaptándose y promoviendo estrategias para oponerse a la deriva autoritaria. Lo hace, desde discretas pláticas y actividades de sacristías y parroquias, y desde los elocuentes púlpitos. Los propósitos pastorales y de interés institucional siguen motivando estas acciones.

Antes de concluir, es importante notar tres cosas. Uno, que el papel de la Iglesia en la ola no debe ser absolutizado ni considerado causal. Dos, que, en muchos casos, las acciones fueron espontáneas e iniciativas personales de todos los niveles (laicos y consagrados). El apoyo a los manifestantes comenzó sin orientaciones claras de la jerarquía: eran iniciativas "autoconvocadas". Más adelante, con la validación de obispos, estas acciones se convirtieron en el modo de proceder eclesial.  Tres, que hay casos puntuales donde líderes católicos se opusieron a las movilizaciones y se alinearon con sandinistas. Estos casos son excepciones al comportamiento generalizado.

La coyuntura crítica de abril aún no termina, pero la pandemia y el eventual escenario electoral tensan más el conflicto. Por su demostrada tendencia, es claro que la Iglesia seguirá siendo una de las principales instituciones para interpretar el curso de la política nacional.

 

*Sociólogo. Da clic en este enlace para leer la investigación completa, con descripción y análisis de eventos de cada una de las fases.


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Sergio Cabrales

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